El cartero siempre pega dos barrels (y II)
Antecedentes
En el Acto I de El cartero siempre pega dos barrels asistimos a los acontecimientos acaecidos en la vista preliminar sobre la libertad condicional de los detenidos por el asalto, robo y agresión a Jonathan Duhamel.
Acompáñenos en la segunda entrega de este serial dramatizado en el que la intriga, la traición, el sexo y un brazalete del Main Event WSOP son los protagonistas de un suceso que ya forma parte de la historia oscura del poker.
Personas
JONATHAN DUHAMEL (el campeón del mundo, 24 años)
BIANCA ROJAS-LATRAVERSE (la femme fatale, 20 años)
MARIANNE (nombre ficticio, anteriormente conocida como “la misteriosa”, X años)
JOHN STEPHAN CLARK LEMAY (el escritor, 22 años)
ANTHONY BOURQUE (el sensible, 20 años)
PIERRE BELISLE (el juez, 62 años)
NANCY DELORME (la fiscal, 43 años)
Capítulo segundo
I
¿Te acuerdas de la noche en que nos conocimos? —susurró Bianca al oído de Jonathan mientras las burbujas de una botella Veuve Clicquot Rosé, de la que ya solo quedaba un suspiro, comenzaban a apoderarse de su cabeza para dejarla en ese estado tontorrón en el que las noches ya solo pueden ir a mejor— Fue en este mismo taburete. En esta misma barra.
Como suele ocurrir en estos casos, Jonathan no recordaba ni remotamente aquel momento exacto en el que Bianca se acercó a la barra del Casino de Montreal y le dijo: «Yo te conozco. Tú eres Jonathan... Jonathan Duhamel, el campeón del mundo de poker». Sin embargo, sonrió asintiendo y la estrechó contra él antes de besarla. Del resto de aquella noche guardaba un recuerdo mucho más intenso. Porque así era todo lo que ocurría con Bianca. Intenso.
A sus veinte años Bianca había comenzado a frecuentar casi a diario las mesas de cash del casino de la ciudad quebequesa. Llevaba algún tiempo jugando al póquer en Internet pero había descubierto que sentarse a una mesa de las de verdad, rodeada de tipos la mayoría de las veces bastante borrachos y que más que prestar atención al juego lo hacían a su escote, era mucho más rentable e infinitamente más divertido.
Que los dos se conocieran era cuestión de tiempo; y de una voluntad inquebrantable. Cuando Bianca se proponía algo, difícilmente lo dejaba escapar y Jonathan, un chico sencillo que siempre había pasado inadvertido (especialmente para las chicas) hasta que un 9 de noviembre su vida dio giro brutal, no iba a ser la excepción. Desde aquel primer encuentro que finalizó en la casa Jonathan —como no podía ser de otro modo— habían pasado cuatro meses en los que la nueva y feliz pareja había recorrido medio mundo siguiendo los compromisos competitivos de él y las recién descubiertas inquietudes de ella por las culturas exóticas; especialmente si entre sus escenarios estaban incluidos hoteles de cinco estrellas en paradisíacas islas de nombre impronunciable.
Han sido los mejores cuatro meses de mi vida, y hoy quiero celebrarlo a lo grande. Tengo una sorpresa para ti que te va a encantar —comentó Bianca antes de pedirle al camarero una nueva botella de champán. Jonathan sonrió excitado. La expresión “a lo grande” en boca de Bianca era el presagio de intensas emociones. Y estas no se iban a hacer esperar demasiado.
Mientras ella se ocupaba del pedido a la barra, Jonathan reparó en una chica que se acercaba hacia ellos con paso decidido. Guapa sin resultar excesivamente llamativa, morena como Bianca y casi de la misma estatura (y probablemente edad), cualquiera podría tomarlas por hermanas. Definitivamente, era el tipo de chica que le gustaba a Jonathan. Cuando la chica estaba a punto de llegar hasta la barra, y en una coreografía perfectamente cinematográfica, Bianca se giró y una enorme sonrisa iluminó su rostro.
¡Marianne! —exclamó antes de fundirse en un abrazo con la recién llegada que finalizó con ambas chicas juntando sus labios en un pícaro besito que hizo que las cejas de Jonathan se arquearan— Jonathan... te presentó a mi amiga Marianne. Lo vamos a pasar muy bien —comentó mientras esbozaba una sonrisita de complicidad— ¡Camarero! ¡Ese champán! ¿Acaso lo están enviando desde Francia?
II
Son cerca de las cuatro de la mañana. El salón de la casa de Jonathan, presidido por un inmenso sofá chaise longue de piel de caribú e inundado por el calor de la chimenea de leña, se ha convertido en una especie de escenario donde se está representando una función teatral con todas las papeletas para terminar convertida en un drama.
Mientras Marianne, la estrella especial invitada, y Jonathan, el protagonista masculino, se entregan a los prolegómenos de un festival orgiástico. Bianca, la actriz que en el arranque parecía dominar la película, con sus facultades mermadas por culpa del alcohol, se ve desplazada de la escena y empieza a mostrarse contrariada. Sus intentos por participar en la acción, abalanzándose torpemente sobre Marianne, tratando de besarla con su ya pestilente aliento etílico, intentado deslizar su mano en la entrepierna de él, son claramente ignorados por las otras dos partes que prosiguen a lo suyo sin prestarle demasiada atención. Bianca se ha convertido en el cazador cazado. Y ese papel no le gusta.
¡Ya basta, zorra! —gritó Bianca.
Un estruendo en la habitación interrumpe la escena. Bianca ha lanzado contra la pared una botella de ginebra que ha estallado en mil pedazos llevándose por delante el enorme jarrón de porcelana china que Jonathan había comprado en Hong Kong para su madre y que aún no había podido entregarle.
¡Siempre has sido una zorra y siempre lo serás! ¡Igual que en la fiesta de graduación! ¡Sabías que estaba enamorada de Charlie y no tuviste ningún problema en tirártelo, puta! —comenzó a gritar Bianca con la cara desencajada y la voz rota— ¡Y tú... tú eres un cerdo Jonathan! ¡Te odio! ¡Te odio!
Cuando Marianne hubo abandonado la casa apresuradamente, Bianca aún seguía en el sofá sollozando. Jonathan se acercó y la abrazó tratando de calmarla.
Vamos nena —le susurró al oído mientras acariciaba su pelo intentando que su ansiedad cesara— Ya está. No pasa nada. Ya se ha ido. Tranquilízate.
Te quiero Jonathan —sollozó Bianca— ¿No lo entiendes? ¡Te quiero!
III
“Mañana a las 10 piensa en mí”.
Ese fue el mensaje de texto que Marianne leyó tras haber sido interrumpida por la alerta sonora de su Samsumg Galaxy R mientras veía en televisión el último programa de American Idol. Su remitente era Bianca y supo instantáneamente que algo muy malo iba a suceder.
Hacía un par de meses desde la última vez en que Marianne y Bianca se había encontrado; exactamente desde el incidente en casa de Duhamel. Por una amiga común sabía que ella y Jonathan lo habían dejado. La noticia no es que le hubiera sorprendido precisamente. Sin embargo, desde hacía unos días estaba recibiendo extraños mensajes de Bianca en su móvil.
A los primeros no les prestó demasiada atención pero cuando empezó a hablar de “darle un escarmiento a ese cabrón” comenzó a preocuparse. Teniendo en cuenta el historial de desórdenes mentales de Bianca —ambas se conocían desde el instituto, donde habían intimado, y tenían un verdadera historia en común hasta que Marianne decidió alejarse de ella— no quiso entrar en su juego y verse nuevamente involucrada en historias sórdidas. Para ella, todo eso había quedado atrás; al menos en su versión más hardcore. Una bonita factura, enviada desde el despacho de un renombrado psicólogo de Montreal, se encargaba de atestiguar que lo de caminar por el lado slavaje de la vida era cosa del pasado para Marianne.
De esos primeros extraños mensajes podía inferirse que Bianca estaba planeando algún tipo de venganza contra Jonathan. A pesar de ignorarlos, los sms siguieron apareciendo en la bandeja de entrada del teléfono de Marianne teléfono durante los días subsiguientes y el asunto cada vez parecía más absurdo.
Algunos días después Bianca, ya sin tapujos, le hablaba en los mensajes de un robo en casa de Jonathan, de que ya tenía socios para el asunto, de que se acordaría de ella cuando fuera rica... En fin, nada demasiado diferente a los clásicos delirios que Marianne ya bien conocía de su amiga. Aún así, decidió no hacerle demasiado caso y no contestó a ninguno de ellos.
Un par de días antes de que Marianne leyera en la web del Montreal Gazzette que Jonathan Duhamel había sido asaltado en su domicilio, recibió el penúltimo mensaje: “Todo está listo. Incluso tenemos un conductor por si al final me rajo".
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